domingo, 23 de diciembre de 2012

Escondidas

Me escondo detrás de las letras,
que dibujan sus piruetas
en mi papel.
Soy su marioneta,
ellas me hacen y me deshacen
ellas me arman y me desarman,
son mi coartada
son mi esperanza.
Usted querrá saber,
porque no enfrento la realidad
con la cara al descubierto.
Seré cobarde
pero no moriré en el intento.
¡Quiéranme!
gritan mis aliadas,
desnudando mis locuras
bajo mil llaves guardadas.
¡No me lastimen!
susurran muy bajito
soy sólo un alma
que dirige su barquito
en este mar de desesperanza.


viernes, 7 de diciembre de 2012

Apaga la luz.


En la oscuridad, los opuestos se invierten. Los rincones conocidos y hogareños se transforman en lúgubres escondites; los objetos pasan a ser sombras acechantes y los habituales sonidos se convierten en misteriosos y atemorizantes.
Igual que nuestras pupilas cambian al desaparecer la luz, nuestra mente modifica su método. La seguridad y la tranquilidad de saber que estamos en nuestro hogar son reemplazadas por una molesta incertidumbre, como si una vocecita maligna nos advirtiera al oído que nada es lo que parece en el reino de las sombras.
La fría lógica que acompaña nuestros días desaparece en nuestras noches. Los miedos más guardados se desprenden de su óxido para volver a aterrorizarnos con bestias increíbles y monstruos ficticios. Están ahí, debajo de la cama, acechando y esperando nuestros descuidos para atraparnos.
Cerramos los ojos, intentando escapar del delirio opaco y lóbrego de nuestras pesadillas nocturnas pero ya no somos aquellos niños que podían disipar sus temores con sólo prender la lámpara de noche. Hoy nuestros miedos, nuestros monstruos existen a la luz de sol y bajo el brillo de la luna. Son pálidos y ásperos y se mueven como gusanos, carcomiendo nuestras defensas y dándonos escalofríos.
Quizás por ser adultos debamos jugar nuestros papeles de valientes. Sin embargo, todos somos niños cuando apretamos el interruptor. Las sombras nos rodean, nos abrazan y no nos dejan ir

lunes, 3 de diciembre de 2012

Suiza


Vivir en una cornisa me enloquece. Miro mis pies y están parados en la línea de mis valores, de mis ideales, de mis sueños. Pero luego miro a mis costados y la resolución se desvanece. Voces opuestas y radicales intentan convencerme de que levante un pie y dé un paso hacia su lado, que, por supuesto, es el mejor de los dos.
Me animo a pisar un centímetro fuera de mi zona neutra y una avalancha de ideas predeterminadas me inunda. Me dicen qué pensar, qué hacer y qué decir. Se presentan como la cómoda verdad de los que mandan y me dan la cálida bienvenida al lugar en que todos los pies deben estar. Observo los zapatos que me acompañan y veo absoluto convencimiento y devoción. ¿Cómo fue qué tardé tanto en pisar en este suelo? Parece sólido y resistente, no hay nada que temer.
Mis compañeros de terreno me dan besos de alegría y palmadas de satisfacción:
-Nos entristecía verte sola, sobre la medianera.
Sin que pueda evitarlo, comienzo a sentirme cómoda y segura con mi nuevo sostén. Todos parecen felices y libres. No hay necesidad de caminar demasiado.
Sin embargo, mis pies comienzan a sentirse pesados y lentamente, voy dándome cuenta que cada día se me hace más arduo moverlos y que permanezco más tiempo sentada en mi sillón. Consumida por las dudas, observo que los zapatos de todos están hechos de algodón, para prevenir que alguien pise demasiado fuerte.
Espantada, corro hacia mi olvidada línea media, esforzándome por contrarrestar el peso muerto de mis pies. Una masa de pesados pasos me persigue, intentando convencerme que no debo volver. En mi desesperada carrera, tropiezo con algo parecido a una mentira y caigo de rodillas al piso. El suelo comienza a resquebrajarse, desvaneciéndose como un hielo delgado y quebradizo.
Apuro los metros que me separan de mi cornisa y recibo la solidez del terreno con lágrimas en los ojos. Me doy vuelta y veo caer a todos los que habían sido mis colegas de pensamiento, gritando por una idea que los sostenga.
-Quizás estar sola no sea tan malo -me digo, agradeciendo que mi tierra sigue en pie-. Al menos tengo dónde sentarme.