lunes, 24 de junio de 2013

Milagro teatral


Un susurro casi imperceptible me dijo que detrás de esa cortina se escondía algo único. Fue una caricia, un secreto, casi un consuelo. El silencio reinante me calaba los huesos, recordándome que no había vuelta atrás, que la realidad mundana, la realidad palpable y gris quedaba a mis espaldas.
Con la emoción a flor de piel, dejé que mi mano apartara la brillante tela roja y el peso de lo indescriptible me traspasó como un rayo energizante. Di unos tímidos pasos por esa vereda de sueños y quise encontrar un gesto, una palabra, una emoción que definiera la maravilla (si es que maravilla es suficiente) que veía o, mejor dicho, que experimentaba.
Recordé con emoción mis propias aventuras sobre las tablas y no supe (ni quise) controlar el desborde que sufría (¡disfrutaba!) mi alma. Imágenes, melodías, sensaciones, perfumes y sabores inundaron la palidez de mi piel y de mi rutina. Yo era todos y cada uno de los personajes, yo era todos y cada uno de los instrumentos, de los versos, de las notas, de los gestos. Yo era, era como nunca antes había sido.
Y tan inesperado y eterno como vino, el milagro del teatro se quedó sobre mi espalda, susurrándome al oído, cantándome despacito que la magia nunca termina, que el show debe continuar.